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27 de febrero de 2012

Valencianos anónimos


Ayer domingo la vi de nuevo. Venía sola, con su dolor a cuestas. Caminaba despacio, encorbada, apoyándose en su bastón y dando a cada paso un movimiento extraño a su cuerpo cuando debía apoyar de nuevo su pie derecho. Cada paso que daba mostraba sufrimiento. Se la veía cansada, triste, melancólica y a la vez firme en su idea de visitar a los ausentes. Su bolsa de flores marchitas colgaba de su otro brazo.

Al venir sola me atreví a preguntarle porque se arriesgaba a recorrer los más de tres kilómetros entre la ida y la vuelta al cementerio con su deficiencia y su espalda dolorida. Me contó que además era enferma de diabetes y a que a veces le fallaban las piernas. Se había caído hacía pocos días al no poder controlar completamente su estabilidad. Tenía los ojos vidriosos, con la luz sobre ellos se le notaban lágrimas a punto de resbalar sobre su mejilla. La obligación adquirida con sus muertos era más fuerte que su dolor físico. Era otro dolor, dolor del alma, dolor de la ausencia por ese ser o esos seres queridos que ya no están a su lado. Es y será otra valenciana anónima que vive y sufre en silencio.

Perdonad mi atrevimiento, pero sentí la obligación de escribir estas líneas y describir lo que percibí de ella.

1 comentario:

regatito dijo...

Ego, me ha conmovido esa imagen tan bien descrita. Luego he pensado que cúantas cosas que podríamos dejar aparcadas, como es la sensación de esa obligación de por vida, NOS ARRASTRA, nos va consumiendo para no conseguir nada al fin, nada mas que matarnos despacito y sin querer. Podría ser también porque no tiene mas nada donde ella se sintiera ùtil... solo con los muertos ella es la más viva. ¡QUÉ PENA, ego, qué penita!
(Soy regatito.)